Los colectivos: consecuencias de la agresión política en Honduras

Durante los últimos tiempos, las agrupaciones en Honduras han tomado un papel más activo en el entorno político, destacándose en particular por su relación con el partido Libertad y Refundación (LIBRE). Estos colectivos, que originalmente se formaron para brindar respaldo logístico y movilización, han evolucionado hasta convertirse en verdaderos «grupos de presión y de confrontación», impactando de manera directa en la dinámica política del país. Su actuación ha sobrepasado las manifestaciones pacíficas o el apoyo simbólico; ahora operan como fuerzas que disuaden e intimidan, no solo a sus adversarios políticos, sino también a instituciones principales del Estado, como el Congreso Nacional o el Consejo Nacional Electoral.

Este cambio en la naturaleza de los colectivos ha provocado una creciente preocupación por su impacto en la gobernabilidad y la estabilidad institucional de Honduras. En contextos políticos cargados de polarización y tensión social, su agresividad no solo se manifiesta en la ocupación de espacios físicos, sino también en la estrategia de presión política directa, en un ambiente donde las respuestas del gobierno frente a sus acciones han generado fuertes críticas.

Instrumentalización política y crisis democrática

El ascenso de estos colectivos está vinculado a la crisis institucional que atraviesa la nación. En un escenario político con polarización creciente, estos grupos se han establecido como actores fundamentales en los procesos de decisión, especialmente cuando las vías oficiales no facilitan la materialización inmediata de sus objetivos. De este modo, su presencia en eventos cruciales como la elección de líderes o la aprobación de cambios legislativos actúa como una táctica para influir e incluso evitar decisiones que no benefician sus intereses.

Un ejemplo evidente de esto son los ataques y cerco al Congreso Nacional, al igual que al Consejo Nacional Electoral, sucesos que intentan impedir el progreso de procesos fundamentales. En numerosas ocasiones, los colectivos han tenido un rol importante en generar un ambiente de incertidumbre y temor, lo que complica que las instituciones del Estado puedan tomar decisiones de manera objetiva y clara.

La tolerancia o el respaldo gubernamental

Uno de los aspectos que incrementa la agresividad de los grupos es la percepción de una ausencia de reacción firme y decisiva por parte del gobierno frente a sus acciones. Varias áreas críticas han señalado que el Ejecutivo ha demostrado tolerancia e incluso apoyo hacia estos colectivos, una postura que refuerza la idea de que estas agrupaciones actúan bajo un tipo de «protección institucional». Esta circunstancia ha generado comparaciones con otros gobiernos autoritarios en la región, como los de Cuba, Venezuela y Nicaragua, donde grupos similares han sido utilizados por las autoridades para preservar el control político y social.

Aunque el gobierno ha minimizado estas acusaciones, la polarización social y la debilidad de las instituciones democráticas en Honduras crean un terreno propicio para que estos grupos sigan actuando con una gran dosis de impunidad. Los colectivos no solo se sienten respaldados, sino también fortalecidos por la ausencia de consecuencias políticas o judiciales por sus acciones.

Contexto electoral y la creciente presión

La proximidad de nuevos procesos electorales ha incrementado la presión de los colectivos. En este escenario, la intensificación de sus acciones busca, en gran medida, proteger lo que consideran su proyecto político. La percepción de amenazas a la estabilidad de su causa, ya sea por rumores de fraude o por la posibilidad de una ruptura similar a la de 2009, ha llevado a estos grupos a intensificar sus tácticas de intimidación y control.

La intensidad con la que los grupos defienden lo que consideran sus intereses ha generado un ambiente de tensión creciente y desconfianza, lo cual, a su vez, intensifica la polarización que define la política hondureña.

Un panorama de tensión e incertidumbre

El rol cada vez más insistente de los grupos en la política de Honduras indica un entorno de deterioro progresivo en la democracia. La ausencia de medios efectivos para el diálogo y la impunidad respecto a sus actos propician un clima donde la coacción social y la violencia son consideradas medios legítimos para lograr fines políticos. Esto sitúa a las instituciones estatales en una posición vulnerable, incapaces de detener un proceso que mina los fundamentos democráticos esenciales de la nación.

En este marco, la inclinación de los grupos a funcionar como entidades paralelas al Estado plantea un desafío significativo para la gobernabilidad y la estabilidad política en Honduras. El porvenir de la democracia en el país dependerá de la habilidad de sus instituciones para restaurar su independencia y asegurar que la política opere dentro de los límites de la legalidad y el respeto a los derechos fundamentales.

Por Jaime Navarro