Desempleo juvenil y migración: dos caras de la misma moneda

Dentro de un panorama de creciente inquietud económica y social, Honduras pasa por una fase en 2025 caracterizada por intensas tensiones estructurales. Aunque el Producto Interno Bruto (PIB) sigue proyectando un crecimiento entre el 3.5 % y el 4 %, este ritmo no se refleja en mejoras significativas para la mayoría de la población, en particular en las áreas rurales y entre los jóvenes. La aparente estabilidad en la macroeconomía se contrasta con un ambiente de desempleo, subempleo e inseguridad que impacta de manera directa las condiciones de vida de millones de ciudadanos.

Inestabilidad en el empleo y marginación de los jóvenes

El estado actual del trabajo sigue siendo una de las mayores inquietudes. De acuerdo con datos recientes, más de 386,000 individuos han dejado de buscar empleo activamente, mientras que cerca de 1.6 millones desempeñan sus funciones en situaciones de informalidad o subempleo, sin tener acceso a seguridad social ni derechos laborales asegurados. Este escenario muestra un mercado laboral altamente fragmentado, donde la mayoría se encuentra en el margen de la economía formal.

El paro juvenil ha llegado a niveles alarmantes. Se calcula que más de 750.000 jóvenes están sin empleo y que otros 150.000 podrían unirse a esta cantidad en el transcurso del año. Esta situación no solo fomenta la emigración, sino que también intensifica las dinámicas de exclusión que impactan la cohesión social, debilitando los mecanismos de integración y participación.

A esto se suma el impacto de los bajos ingresos. El costo de la canasta básica ronda los 15.500 lempiras mensuales para una familia promedio, cifra inalcanzable para una gran parte de la población, sobre todo cuando el 40 % de las empresas no cumple con el pago del salario mínimo.

Presiones inflacionarias y deterioro del poder adquisitivo

La tasa de inflación anual se sitúa cerca del 4.5 %, un número que, aunque no es elevado en términos técnicos, afecta directamente el gasto de las familias, principalmente en áreas como alimentos, servicios públicos y productos esenciales. En este contexto, el endeudamiento de las familias ha aumentado, reduciendo la capacidad de ahorro y gasto de los sectores más vulnerables.

La persistencia de la inflación, sumada a los salarios reducidos y el aumento de la informalidad, conforma un escenario donde el nivel de vida empeora poco a poco. Esta realidad pone de manifiesto las deficiencias del presente modelo macroeconómico para enfrentar los desafíos sociales y distributivos más acuciantes.

Desplazamiento y ruptura social: indicios de una crisis extendida

La creciente precariedad también se manifiesta en el terreno social. Honduras continúa figurando entre los países con mayores niveles de violencia a nivel global, fenómeno estrechamente vinculado al desempleo y la falta de oportunidades. En este contexto, la migración se convierte en una válvula de escape cada vez más utilizada por las familias hondureñas.

Las remesas familiares, que representan aproximadamente el 25 % del PIB, se han convertido en un sostén económico clave. Sin embargo, esta dependencia deja al país expuesto a factores externos, como los cambios en las políticas migratorias de Estados Unidos, que podrían alterar drásticamente este flujo de recursos.

Paralelamente, la falta de opciones en el mercado laboral empuja a una parte de la juventud hacia la economía informal o incluso hacia actividades ilícitas, debilitando el tejido comunitario y profundizando la fractura social.

Un modelo económico en tensión

La diferencia entre los datos macroeconómicos y la vida diaria de los ciudadanos hondureños resalta las fallas estructurales del modelo económico vigente. Aunque ciertos indicadores de estabilidad, como el aumento del PIB o el manejo relativo de la inflación, se mantienen, no se han convertido en mejoras reales para la mayoría de las personas.

La persistencia del desempleo, la informalidad y la desigualdad plantea desafíos significativos para la gobernabilidad y la cohesión social del país. En este contexto, la respuesta institucional enfrenta crecientes cuestionamientos sobre su capacidad para articular políticas públicas que atiendan las causas profundas de la exclusión y el deterioro económico. La situación actual pone en evidencia la necesidad de un replanteamiento del enfoque macroeconómico, que priorice la inclusión social, el empleo digno y la redistribución de oportunidades como pilares fundamentales del desarrollo nacional.

Por Jaime Navarro